miércoles, 3 de agosto de 2016


     SÁNCHEZ, UN CADÁVER POLÍTICO QUE APESTA




Esgrimir  la obligatoriedad de que Rajoy busque el apoyo necesario para formar gobierno en una fantasmagórica coalición “de derechas”, como exige Pedro Sánchez para justificar su postura de bloqueo, equivale a retroceder en el tiempo, trasladando al momento presente la situación de enfrentamiento irreductible que tuvo lugar en el año 1936 y que originó la Guerra Incivil. Y es que dividir a los españoles de hoy entre izquierdas y derechas, actuando el propio Sánchez como árbitro inapelable, resulta tan excéntrico como maniqueo: la única división posible y real está entre los partidos que respetan la Constitución y los que no. Que el representante del primer partido de la oposición ignore esta evidencia es tan irresponsable como canallesco. Por encima de los intereses partidarios ha de colocarse el interés general de la nación española, al que todos los políticos deberían someterse y a cuyo servicio deben su misma existencia.

Como aparece en el editorial de inusitada dureza que aparece  hoy en el diario El País, "Callejón sin salida":

“Sánchez practica un juego de verdades a medias o de simples falsedades para esconder su fracaso electoral en dos ocasiones consecutivas y su manifiesta incapacidad para afrontar este crítico momento. Por un lado, invita a lo que llama “las derechas” a formar un Gobierno sobre una mayoría inexistente. ¿O es que pretende que el Gobierno de España busque su estabilidad en un acuerdo con la pretendida derecha catalana que acaba de respaldar la independencia unilateral y fuera de la ley? ¿Es esa una recomendación sincera o tal vez una manera de justificar que el propio Sánchez intente negociar con los independentistas en el caso de que Rajoy fracase? ¿Y cuál es esa mayoría alternativa de cambio de la que habla? ¿Quiénes son las izquierdas que él separa con tanta nitidez de las derechas? Qué clase de juego arcaico es ese de dividir al país ideológicamente en dos con semejante simpleza en un momento tan complejo, precisamente cuando los electores acaban de decir que quieren pactar y superar la vieja política? 

Esta estrategia destila un aroma insoportable de tacticismo orgánico. Es imposible escuchar a Sánchez sin deducir que está pensando únicamente en su cálculo personal para sobrevivir como secretario general del PSOE. Y eso solo le puede conducir a fracasar en ambas tareas: ni puede razonablemente intentar presidir un Gobierno con 85 diputados y una suma disparatada de siglas, ni merece dirigir un partido al que día a día condena a la irrelevancia”.



Al margen de las cuestiones irrelevantes que enturbian los repetidos debates de cada día, el único fondo de la cuestión está en que sin la voluntad del PSOE no es posible formar gobierno alguno, porque los números no cuadran: ¡Es la Aritmética, idiota!, habría que decirle al tal Sánchez. Convertir la crisis de gobierno en crisis de Estado será responsabilidad exclusiva de la caterva de impresentables que está hoy al frente del Partido Socialista.

Tras su cerril negativa a cualquier tipo de acuerdo o pacto está la desesperada situación personal de un político que, haga lo que haga, sabe que tiene los días contados. Si accede a la abstención será defenestrado en el próximo congreso de su partido, por haberlo llevado a la miserable situación en la que ahora se encuentra. Y si se sigue negando a negociar, también lo será, porque es la cabeza que habrá que cortar para librar de culpa a todos los miembros relevantes de su partido, que ahora callan en espera de que se ahogue. Pero antes de que esto ocurra, a Sánchez le queda tiempo suficiente para, en su desesperación, arrastrar a la nación española hasta una situación de imprevisible salida, tanto de cara a la política interior, como, sobre todo, frente a la normativa presupuestaria de la Unión Europea. Lo cierto es que su chulesca arrogancia terminal la acabaremos pagando todos los españoles. 






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