martes, 30 de agosto de 2016

  
IMPERIALISMO HUMANITARIO O EL USO DE LOS       DERECHOS HUMANOS PARA VENDER LA GUERRA

                                     Conoceréis la verdad,
                                     y la verdad os volverá locos.
                                                          Aldous Huxley




Tras el acabamiento de la Guerra Fría, la idea de los “derechos humanos” ha sido utilizada como justificación por parte de los poderes militares y económicos –singularmente por parte de Estados Unidos– para tomar el control de otros países, mediante una “intervención humanitaria”. Los criterios utilizados para llevar a cabo esa intervención son totalmente arbitrarios y en cualquier caso, conducen a un escenario en el que las víctimas, en lugar de disminuir, aumentan de manera exponencial. Así sigue ocurriendo en Afganistán, Iraq, Libia y, sobre todo, en Siria, en donde la larga duración del conflicto permite analizar a la luz de la impresionante documentación acumulada, la peligrosísima aberración que supone para la paz mundial que el papel de las Naciones Unidas haya sido sustituido por la voluntad del actual inquilino de la Casa Blanca, un problema que abordé en mi artículo "Obama con licencia para actuar como policía global"


La “ideología de la intervención” ha sido compartida ampliamente por la izquierda, ciega ante el hecho de que los nuevos modos del imperialismo estadounidense hoy se enmascaran bajo la defensa de los Derechos Humanos. Poniéndolo de manifiesto, Jean Bricmont establece el verdadero papel que cumple la ideología intervencionista en la expansión del concepto de "guerra permanente" y el papel que juega Estados Unidos en su nefasta implantación, secundado por la OTAN y la Unión Europea, en un incremento de las acciones bélicas que pueden calificarse ya de guerra global.

Con motivo del décimo aniversario de la publicación del libro "Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra", publicado en España por el Viejo Topo, fue entrevistado su autor, Jean Bricmont, profesor en la Universidad Católica de Lovaina, para hablar de las principales ideas desarrolladas en el libro, con el conflicto de Siria como telón de fondo.


La rara claridad de las respuestas de Bricmont a su entrevistador motivan sobradamente que me haya decidido a transcribir en su total integridad este reportaje realizado por el periodista Ángel Ferrero y publicado el día 20 de noviembre del año pasado.

Ángel Ferrero: Han pasado 10 años desde la publicación en español de Imperialismo humanitario. ¿Qué le llevó a escribir entonces este libro?

Jean Bricmont: Comenzó como una reacción a la actitud de la izquierda durante la guerra de Kosovo, en 1999, que fue en gran medida aceptada con argumentos humanitarios, y también a la más bien débil oposición del movimiento pacifista antes de la invasión de 2003 en Irak.

Por ejemplo, muchos "pacifistas" aceptaron la política de sanciones impuesta en la primera guerra del Golfo, en 1991, e incluso después, y eran favorables a las inspecciones en los días previos a la guerra sin darse cuenta de que era una maniobra para preparar a la opinión pública para que la aceptase, algo que se hizo público a través de filtraciones posteriores, como los llamados papeles de Downing Street.

Me parecía que la ideología de la intervención humanitaria había destruido por completo en la izquierda cualquier noción de respeto al derecho internacional, así como cualquier actitud crítica hacia los medios de comunicación.


Jean Bricmont

A.F.: ¿Qué cree que ha cambiado en estos últimos diez años?

Han cambiado muchas cosas, aunque me temo que no debido a mi libro. Se trata, más bien, de una realidad que se ha revelado por sí misma, primero, con el caos en Irak, luego en Libia y ahora en Siria y en Ucrania, conduciendo a la crisis de los refugiados y a un estado próximo a la guerra con Rusia, que no sería un simple desfile militar.

Los imperialistas humanitarios siguen ocupados empujándonos hacia nuevas guerras, pero ahora hay una parte considerable de la opinión pública que está en contra de estas políticas. Esa parte es probablemente más importante en la derecha que en la izquierda.

A.F.: El papel de los intelectuales a la hora de legitimar las intervenciones e injerencias occidentales es duramente criticado en el libro, así como sus acciones simbólicas, como la firma de cartas públicas y manifiestos, ¿por qué?

J.B.: El problema con los intelectuales es que les encanta pretender que son críticos del poder cuando en realidad lo legitiman. Por ejemplo, lamentarán que nuestros gobiernos occidentales no hacen lo suficiente para promover nuestros valores (a través de intervenciones y subversiones), lo que, por descontado, refuerza el concepto de que “los nuestros” o “nuestros gobiernos” hacen eso de buena voluntad, algo de lo que conviene dudar, como trato de explicar en mi libro.

Estos intelectuales en ocasiones son criticados, ¿pero por quién? En general por figuras marginales, creo. Siguen dominando en los medios de comunicación y en la esfera intelectual.




A.F.: Otra de las preocupaciones del libro es la degradación del discurso público. ¿Cree que la situación empeorado? ¿Cómo valora el impacto de las redes sociales?

J.B.: El discurso público ha ido de mal a peor, al menos en Francia. Este hecho está relacionado con la censura constante, ya sea a través de demandas legales o campañas de demonización, o del discurso políticamente incorrecto, en el que se incluye a quienquiera que cuestione el discurso dominante sobre los crímenes de nuestros enemigos y las justificaciones para las guerras.

Las redes sociales es la única alternativa que queda a los disidentes, con el inconveniente de que, allí, cabe cualquier cosa, incluyendo las teorías más descabelladas.

A.F. Algunos comentaristas señalan que Rusia está utilizando actualmente su propia versión de la “ideología de los derechos humanos” para justificar su intervención en Crimea o su campaña de bombardeos en Siria contra el Estado Islámico. ¿Le parece justa esta comparación?

J.B.: No creo que Rusia ni siquiera alegue intervenir por motivos humanitarios. En el caso de Crimea, se basa en el derecho a la propia autodeterminación de un pueblo que es básicamente ruso, que fue vinculado a Ucrania de manera arbitraria en 1954 (en una época en la que no importaba demasiado, porque Ucrania era parte de la Unión Soviética) y que tenía todas las razones del mundo para temer un gobierno fanáticamente antirruso en Kiev.


Neonazis ucranianos desfilan en Kiev

En el caso de Siria, han respondido a la demanda de ayuda del gobierno de ese país para combatir a los terroristas procedentes del extranjero. No veo por qué es menos legítima que la intervención de Francia en Mali, que también fue demandada por el gobierno de ese país, o la intervención, más reciente, de Estados Unidos en Irak contra el Estado Islámico.

Por supuesto, los movimientos de los rusos pueden demostrarse como equivocados y pueden debatirse desde un punto de vista pacifista, pero la cuestión fundamental es la siguiente: ¿Quién empezó a desmantelar el orden internacional basado en la Carta de la ONU y la premisa de igual soberanía de todas las naciones? La respuesta, obviamente, es Estados Unidos y sus aliados (en los viejos tiempos, uno estaba acostumbrado a decir lacayos). Rusia sólo está respondiendo a ese desorden y lo hace a través de vías legales.



A.F. No abandonemos Siria. Algunos políticos europeos exigen una intervención militar en Siria y Libia para restaurar el orden y detener el flujo de refugiados hacia la Unión Europea. ¿Qué opina de esta crisis y de las soluciones planteadas por la UE?

J.B.: Los políticos no saben resolver el problema que ellos mismos han creado. Sobre el conflicto, diré que exigiendo la dimisión de Assad como condición previa a resolver la crisis siria y apoyando a los llamados rebeldes moderados (la etiqueta moderado significa aquí, en la práctica, que son los que han sido escogidos por nosotros), previene cualquier solución en Siria. Es más, una solución política debería estar basada en la diplomacia y esto último presupone una evaluación realista de las fuerzas.

En el caso de Siria, ser realista significa aceptar el hecho de que Assad tiene el control del ejército y tiene aliados extranjeros, Irán y Rusia. Ignorar este hecho es una manera de negar la realidad y de rechazar dar cualquier oportunidad a la diplomacia.




Nadie probablemente esperaba la crisis de los refugiados, pero ocurre en un momento en el que los ciudadanos europeos son crecientemente hostiles a la inmigración y a la construcción europea. La mayoría de los gobiernos europeos se enfrentan a lo que llaman movimientos populistas, esto es, movimientos que exigen una mayor soberanía para sus propios países.

El flujo de refugiados no podría llegar en peor momento desde el punto de vista de los gobiernos europeos, por lo que intentan resolver el problema como pueden: con países periféricos como Hungría alzando vallas (que denuncian en público, pero de las que probablemente se alegran en privado), reintroduciendo controles fronterizos, pagando a Turquía para que se haga cargo de los refugiados, etcétera.

También hay, por supuesto, llamadas a intervenir en Siria y resolver el problema "en su origen". ¿Pero qué es lo que pueden hacer ahora? ¿Prestar un mayor apoyo a los rebeldes creando una zona de exclusión aérea, por ejemplo, y arriesgándose a tener una confrontación directa con los rusos? ¿Ayudar al ejército sirio a combatir a los rebeldes, como hacen los rusos? Pero eso significaría dar la vuelta a años de propaganda y políticas contrarias a Assad.

En suma, son rehenes de su propia situación, lo cual es una posición incómoda.

A.F.: ¿Por qué cree que los verdes y la nueva izquierda defienden las intervenciones humanitarias?

J.B.: En última instancia uno debe llevar a cabo un análisis de clase de la “nueva izquierda”. Mientras que la “vieja izquierda” se basaba en la clase obrera y sus dirigentes procedían de esa clase social, la nueva izquierda está enteramente dominada por intelectuales pequeño-burgueses.

Estos intelectuales no son “burguesía”, en el sentido de que no poseen los medios de producción, ni son tampoco explotados.

Su función social es la de proporcionar una ideología que pueda servir de justificación cómoda a un sistema económico y a una serie de relaciones internacionales que están basadas, en última instancia, en la fuerza bruta. La ideología de los derechos humanos es perfecta desde ese punto de vista.

Es lo suficientemente idealista e imposible de poner en práctica de manera consistente (si uno tuviera que librar una guerra contra cada “violador de los derechos humanos”, entonces entraríamos en una guerra contra todo el mundo, incluyéndonos a nosotros mismos), como para permitir a aquellos defensores de la oportunidad observar críticamente a los gobiernos (si no Intervienen lo suficiente).




Sin embargo, desviando la atención de las relaciones de fuerza reales en el mundo, la ideología de los derechos humanos ofrece también a aquellos que mantienen realmente el poder una justificación moral para sus acciones. Así, los intelectuales pequeño-burgueses de la nueva izquierda pueden servir al poder y pretender, al mismo tiempo, ser subversivos. ¿Qué más se le puede pedir a una ideología?

A.F.: En la conclusión del libro recomienda una suerte de pedagogía para el público occidental, con el fin de que éste acepte el fin de la hegemonía occidental y la emergencia de un nuevo orden en las relaciones internacionales. ¿Cómo se puede contribuir a ello?

J.B.: Como dije antes, es la realidad la que está forzando a la audiencia occidental a cambiar. Siempre fue un disparate pensar que se podían promover los derechos humanos con un sinfín de guerras, pero ahora vemos las consecuencias de ese disparate ante nuestros propios ojos.

Debería haber una reorientación radical de las prioridades de la izquierda en los asuntos internacionales: en lugar de intentar resolver los problemas en otros países a través de intervenciones ilegales, la izquierda debería exigir un estricto respeto del derecho internacional por parte de los gobiernos occidentales, la cooperación pacífica con otros países, en particular Rusia, Irán y China, y el desmantelamiento de alianzas militares agresivas como la OTAN.




A.F.: Me gustaría preguntarle sobre Imposturas intelectuales, el otro libro que le hizo conocido para el público no especializado. Este libro, coescrito con Alan Sokal, es una crítica al posmodernismo. ¿Sigue existiendo esa influencia del posmodernismo entre los académicos y en la opinión pública?

J.B.: Me resulta difícil responderle a esta pregunta, porque precisaría un estudio sociológico para el que no cuento con los medios necesarios. Pero debería decir que el posmodernismo, como el giro hacia las intervenciones humanitarias, es otra vía por la que la izquierda se ha autodestruido, aunque este aspecto ha tenido consecuencias menos dramáticas que las guerras y el daño se limitó a una “élite” de los círculos intelectuales.

Si la izquierda quiere crear una sociedad más justa, ha de contar con una noción de justicia. Si adopta una actitud relativista hacia la ética, ¿cómo puede justificar sus objetivos? También tiene que denunciar las ilusiones y mistificaciones del discurso dominante.

Es mejor respaldarse en una noción de verdad que no es una “construcción social”, sin más. El posmodernismo ha contribuído en gran medida a la destrucción de la razón, la objetividad y la ética en la izquierda, y la ha conducido a su suicidio.




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