martes, 6 de mayo de 2014


 A MARÍA VICTORIA ATENCIA,
 APRESURADO HOMENAJE



La poeta malagueña María Victoria Atencia gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. La escritora se convierte en la primera española en ganar este importante galardón y la cuarta mujer en sus veintitrés ediciones.




Cada época mira el arte de forma distinta y pide de él cosas distintas. Esto es verdadero no solo cuando observamos que escritores venerados por una generación caen en un total olvido por la generación siguiente, sino también cuando nos preocupamos por analizar la diversidad de exigencias que en un breve lapso de tiempo han podido satisfacer los mismos escritores. Por otra parte, sabemos que un poeta que perdura no habla (tampoco calla) siempre de idéntica manera, pero la única manera que el poeta tiene de servir a la verdad es intentando expresar su propia verdad, la verdad de una época, lo que no excluye que también sea la verdad de otras épocas, en caso de que se trate de un gran poeta. Este es el caso de María Victoria Atencia. Actual y siempre en la mejor tradición, original y universal, sus libros, sus poemas son su propio mundo interior, al mismo tiempo que abarca todo el mundo, que no podía estar completo hasta que es recreado por la mirada tan femenina, tan especial, tan serenísima de María Victoria.


Como no podía dejar de ser en una poeta de Málaga, el malagueño mar cotidiano aporta materialidad plástica a su visión para ofrecer los frutos del erotismo de todos los sentidos. El calor del sol y el tacto del agua recuerdan la existencia del cuerpo. Y el cuerpo, asiento de belleza y recuerdo de fugacidad, será siempre presencia inmediata en la poesía de María Victoria Atencia frente a los perfiles terrenales.

          El tráfago del muelle
          a una luz se despierta.
          Retornan los pesqueros
          desde sus marcaciones
          y los remolcadores
          taimadamente escoltan
          a un carguero rojizo
          de hierro y maquinaria.
          Las seis y media en punto:
          mi noche ya no cuenta.







María Victoria Atencia pertenece a la generación del 50. Con dos notables particularidades: en primer lugar, la de su aislamiento malagueño y su identificación con el grupo Cántico, marginado por la dominante poesía social y recuperado en la década de los setenta por los novísmos y más concretamente por Guillermo Carnero. Como en la mayor parte de los poetas de la generación de los 50, en la poesía de María Victoria Atencia apenas si hay alguna esporádica referencia a la guerra. Ella se alimenta de la realidad que vive y sueña cada día, una realidad percibida autográficamente, pero percibida con una sensibilidad femenina, nunca feminista. La otra peculiaridad es que su poesía no solamente no es un rechazo de tradiciones anteriores, sino que las abarca a todas, así como su decidida y ya mencionada identificación con el grupo Cántico. Todo lo más que puede decirse es que su poesía se produce como resultado de una experiencia interior, de una estilización hacia la plenitud, de la utilización de un lenguaje que la constituye en un clásico contemporáneo.



La aventura literaria de María Victoria Atencia comienza cuando inicia su singladura la revista de poesía Caracola y ella conoce a Alfonso Canales, quien durante años orientará sus lecturas y leerá sus borradores, y a Bernabé Fernández-Canivell, que le abre su biblioteca, la acoge en las páginas de Caracola, la va poniendo en contacto con las personas o las obras que podían constituir un estímulo para ella y la inicia en la formación de su propio juicio crítico. “Por Bernabé –dice María Victoria- conocí la obra de Hopkins y la de Eliot. Por él tuve correo de Cernuda y de Juan Ramón. [...] Le debo mi personal conocimiento de Dámaso Alonso, de Vicente [Aleixandre] y de don Jorge [Guillén]”.

Por su parte Bernabé, mi entrañable Bernabé de imborrable recuerdo, diría muchos años después: “Conocí a María Victoria Atencia allá por el 53, a sus veintidós años. Comenzaba ella a escribir y había publicado ya un breve cuadernos de poemas en prosa. Una tarde, en el intermedio de un concierto en la Sociedad Filarmónica, me dio a leer un soneto suyo, el primero que escribía y que despertó mi interés por su intensidad y perfección formal. Era María Victoria una muchacha guapísima y aún recuerdo aquel momento y el comienzo del soneto aquél”.



Vicente Aleixandre la describe con palabras bellísimas: “Siempre recuerdo aquellas espumas blancas de las que parecía ella surgir en el primer día de nuestro conocimiento. Una adolescente delicada pero irradiante que parecía sonreír desde un futuro prometido. Es que algo se le anunciaba: el nacimiento de un resplandor y de una oscuridad al mismo tiempo, entre los que ella encerraría y revelaría la significación de la vida, con una palabra inconfundible”. Y Dámaso Alonso: “Me produce una intensísima emoción”. Y Jorge Guillén: “¡Ah, María Victoria Serenísima!”. Y María Zambrano: “La perfección, sin historia, sin angustia, sin sombra de duda, es el ámbito –no ya el signo sino el ámbito- de toda la poesía que yo conozco de María Victoria Atencia".


Los conocí a todos y los respeté a todos como se respeta a los maestros. Forman parte de mi. Queda ella. Solamente espero y deseo que María Victoria Atencia nos dure y siga alumbrándonos con su serenidad de diosa, con su presencia amable. Y con el regalo de sus versos radiantes.








 

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