lunes, 24 de marzo de 2014

ADOLFO SUÁREZ O LA HISTORIA SILENCIADA
El féretro de Suárez ingresa en el Congreso y en la Historia de España por la Puerta de las Mentiras.


                         
         "En España, las cosas entran por el oído, se expulsan
         por la boca y no pasan nunca por el cerebro".
                 
                                                                       Adolfo Suárez

La mendacidad que asola todas las facetas de la vida oficial española se manifiesta, con mayor intensidad si cabe, en esos momentos en los que tanto la clase política como los periodistas se ponen de acuerdo en calificar como “históricos”. Tal como ahora ocurre con motivo del fallecimiento de Adolfo Suárez. Entonces nos abruman con la catarata de comentarios, semblanzas, evaluaciones y recuerdos que inundan como una marea desbordada las páginas de los periódicos, las pantallas de las televisiones y todos los espacios de Internet, sin tener en cuenta que la memoria del presidente ahora fallecido se extinguió al tiempo en que la nación española en su conjunto perdía la suya.



Como un coro de papagayos amaestrados, todos hablan de preservar su legado, de sus arriesgados malabarismos por conducir España hasta la democracia, de su voluntad por servir a los intereses españoles fuera de los sectarismos enfrentados que hoy envilecen el presente y amenazan nuestro futuro, pero nadie, absolutamente nadie, se ha referido a su voluntad de independencia en la política exterior de su Gobierno, manifestada en la equidistancia frente a la política de bloques politico-militares que dividían las principales naciones europeas, entre las vinculadas al Pacto del Atlántico Norte y las pertenecientes al Pacto de Varsovia, y cuya manifestación más llamativa fue la continuada negativa del presidente Adolfo Suárez al ingreso de España en la OTAN.
Si por aquellos años, alguien me hubiese dicho que el "tapado" de la CIA en España se llamaba Felipe González, yo habría llamado a los loqueros. Vaya esta modesta reflexión como homenaje a un hombre cuya integridad humana y política no supimos reconocer ni nos dejaron ver. Nunca es tarde para ponderar la valentía que demostró su voluntad de mantener a España fuera de la política de bloques y su radical oposición al ingreso de España en la OTAN, que, hoy podemos afirmarlo, es un hecho perteneciente a ese orden implicado de sucesos que que terminó por hacerle perder la confianza del Rey, llevándole a su no suficientemente explicada dimisión y a su postergamiento entre los personajes malditos de nuestra Historia.


Desde 1979, el PSOE, el Ejército, su propio partido y, sobre todo, el Rey, que pasó de padrino a enemigo, conspiraron incansablemente para echarlo del poder. Suárez estaba convencido de que sólo podían hacerlo mediante un golpe de Estado, lo que produjo el milagro de convertir en estadista a quien entonces era despectivamente considerado como como "un chusquero de la política", el presidente del Gobierno que, según la venenosa maledicencia de Alfonso Guerra, "pretendía entrar a lomos del caballo de Pavía en las Cortes". Pero Adolfo Suárez demostró, frente al Rey, los partidos, el Ejército y los demás poderes fácticos, que él sí creía en la soberanía nacional y en la democracia. Y presentó su dimisión, según sus propias palabras, "para que la democracia no fuera un paréntesis en la historia de España".


Alfonso Guerra

En contra de lo que se ha solido afirmar, Suárez sí tenía una visión propia del papel de España en el mundo. Aunque fuese un objetivo obvio y ampliamente compartido, siempre tuvo claro que el ingreso de España en la entonces Comunidad Europea debía ser su máxima prioridad. Así lo demuestra la rapidez con la que su primer ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, presentó la solicitud de adhesión nada más celebrarse las primeras elecciones democráticas. Pero por aquellos años, la Comunidad Europea atravesaba una profunda crisis interna, que tardaría varios años en resolverse, por lo que no cabe atribuir al gobierno español las dificultades surgidas en las negociaciones de adhesión, que se prolongarían hasta 1985.
En cambio, Suárez no se mostró partidario del posible ingreso de España en la OTAN, actitud que algunos atribuyeron a un antiamericanismo latente, cuando no a una ingenua vocación “tercermundista”. Sin embargo, su postura al respecto nunca fue irracional. Jamás se sintió cómodo con el Tratado de Amistad y Cooperación firmado con Estados Unidos en 1976, y dada la forma en que se negoció y las escasas contrapartidas que contenía, no le faltaron motivos para ello. Como a otros políticos españoles de la época, tampoco dejó de sorprenderle el escaso apoyo que recibió de Estados Unidos al proceso democratizador que España había emprendido bajo su dirección.







Por todo ello, Adolfo Suárez no tardó mucho en concluir que a España solo se le escuchaba en Washington cuando planteaba un problema (generalmente relacionado con el uso de las bases), o cuando ofrecía una solución, casi siempre ajena al ámbito bilateral. De ahí que cultivara a conciencia su papel de mediador, sobre todo en relación con el mundo árabe, pero también en Latinoamérica, en donde fue muy valorado, actitud que solamente fue positivamente acogida por la ingenuidad de Jimmy Carter. Por desgracia, esta circunstancia no bastó para que Washington o París se implicaran a fondo en la lucha contra el terrorismo de ETA a nivel internacional, posturas que Suárez nunca comprendió y que, aún hoy, no resulta explicable sin descender a profundidades en las que no voy a entrar ahora.
El presidente Suárez estaba firmemente convencido de que la dinámica bipolar propia de la Guerra Fría resultaba contraproducente (y limitadora) para una potencia periférica como España, que no pertenecía al núcleo duro del bloque occidental. Visto así, a España la incorporación a la Alianza no le aportaba nada que no tuviese ya gracias a la relación bilateral que mantenía con Estados Unidos, incluso en caso de una imposible agresión soviética. En cambio, su presencia en la OTAN podía mermar la capacidad del Reino de España para actuar como “puente” o “bisagra” entre Occidente y otras regiones (y culturas) del mundo, llamadas “periféricas”. Suárez apostó fuerte por este papel mediador, como demuestra su deseo de que Madrid albergara una nueva sesión de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, una iniciativa que en Washington olió a cuerno quemado. Esta autonomía e independencia de criterio explican tanto su visita a Fidel Castro en 1978, algo perfectamente legítimo tratándose de un mandatario español, como la presencia de España en la Conferencia de Países No Alineados celebrada en La Habana en 1979, postura que muchos estimaron desafortunada y no le fue perdonada, confabulándose para provocar su acoso político y, finalmente, su irremisible caída.




Achicharrado por las críticas, tanto dentro como fuera de su partido, forzado por las circunstancias, Suárez terminó por adoptar dos decisiones de gran importancia para la política española. En primer lugar, y envuelto en un cierto halo de secretismo, decide integrar a España en la OTAN, tal y como lo comunica el 23 de enero de 1981 al diputado Javier Rupérez y al ministro de Asuntos Exteriores belga Leo Tindemans, tras haber informado al Rey, al Vicepresidente Gutiérrez Mellado y al Ministro de Exteriores. Pero su papel en la política española terminó ahí. Algo iba muy mal porque los cargos públicos no acostumbran a dimitir, y menos en España. Pesaba como una losa la grave división interna de Unión de Centro Democrático (UCD). Alfonso Guerra, que no desperdiciaba ocasión, se encargaba de señalar con cruel demagogia la realidad del partido en el Gobierno: "La mitad de los diputados de UCD se entusiasman cuando oyen en esta tribuna al señor Fraga. La otra mitad lo hace cuando quien habla es Felipe González". Fraga y González eran y actuaban como pinza interesada en erosionar a UCD y al liderazgo de Suárez. Los socialistas jugaron tácticamente muy bien sus cartas en la transición democrática con la ventaja añadida, en comparación con el Partido Comunista de España (PCE), de poder tener un falso discurso radical y republicano en la oposición porque no intimidaban a nadie y porque sus principales líderes eran demasiado jóvenes para haber vivido la Guerra Civil.


Adolfo Suárez saluda a Fraga Iribarne

Las editoriales de los periódicos de Madrid al día siguiente de la dimisión eran muy ilustrativos. ABC reacciona casi con alegría y con un titular nada neutral: Por el bien de España. Ya y Diario 16 desdramatizan la dimisión. El Alcázar publica un artículo del director, Antonio Izquierdo, con un título con mucha intención: "UCD busca un general". El director de este periódico, que probablemente estaba bien informado de todo lo que sucedía en las cloacas de la política española, decía: "Hay políticos que buscan apresuradamente un general". El autor ya estaba de acuerdo con ello, pero no había que buscar un general que apuntalase la democracia, sino que hiciera otra cosa. Entre los que estaban por la desaparición de Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado de la política española, discrepaban sobre la función del buscado general: ¿había que apuntalar o derribar el sistema constitucional? El editorial de El País retrataba perfectamente la situación al calificar la dimisión como el hecho más grave desde la muerte de Franco y avisaba: "No es una crisis de gobierno, sino una escalada permanente de las fuerzas reaccionarias de este país".



¿Cuál era el precio político que podía pagar el pueblo español al que Adolfo Suárez se refirió? La historia posterior ya la conocemos, pero el, presidente dijo también en la alocución televisada del día 29 de enero de 1981, en la que anunció públicamente su dimisión, algo que valdría la pena tener muy en cuenta en la crispada política española de los últimos tiempos: "Creo que tengo fuerza moral para pedir que en el futuro no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal".



En los primeros días de marzo, inmediatamente después del 23-F, Adolfo Suárez puso tierra de por medio para tomar aliento, distanciándose de la realidad española, y emprendió un viaje por Estados Unidos.
A su llegada a la estación de Washington, procedente de Nueva York, en su segunda etapa del periplo turístico y privado por tierras norteamericanas, el ya ex-presidente del Gobierno español, fue abordado por un periodista del diario El País, que se había distinguido por la continuidad de su acoso, quien le preguntó si habían existido presiones para su dimisión, debido a su reticencia por concretar un calendario para la entrada de España en la Organizacíón del Atlántico Norte (OTAN). Sonriente, amable e insistiendo en el tono privado de su viaje, el ex- presidente del Gobierno le respondió con la gallardía que le era característica: "A mí no me presiona nadie, y menos los americanos" .
Ante la insistencia de los periodistas, Suárez añadió que no tenía “nada que contar”. Pero, pensándolo mejor, agregó: “Bueno, sí que tengo mucho que contar, pero de momento no quiero”.
Actitud en la que se mantuvo hasta que fue perdiendo la memoria, para tranquilidad de muchos. Los mismos que hoy dedican floridos y lacrimógenos panegíricos a su recuerdo. O a su olvido. Adolfo Suárez triunfó, fracasó, dimitió y fue despreciado por los que hoy lo aplauden. Hoy triunfa su manipulada herencia. Pero no dudo que la Historia terminará colocando su figura en el lugar de honor que verdaderamente merece.


  




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