viernes, 21 de junio de 2013

JERUSALÉN, UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES


3. Ciudadela de David, la mejor opción 
para comenzar la visita a la Ciudad Antigua

Escudo de Jerusalén

Ciudadela y muralla occidental desde Yafo Street. En el centro
se ve el minarete de la Ciudadela y a la derecha la 
cúpula
 y torre  de la Iglesia de la Dormición, en el Monte Sión
Judíos ortodoxos camino de la Puerta de Jaffa

Muralla y Puerta de Jaffa

Muchas guías turísticas aconsejan iniciar la visita a Jerusalén subiendo a algunos de los miradores naturales ubicados en las colinas que rodean la Ciudad Antigua, sobre todo el que está situado en la cima del Monte de los Olivos, para obtener una panorámica general de la configuración urbana, de las murallas y de los principales monumentos. Aunque no me parezca mala idea, en esta ocasión yo preferí conseguir mejor resultado desde un observatorio mucho más cercano, ubicado ya en el interior del recinto amurallado y desde el cual puede contemplarse con mayor cercanía el entramado de la vieja Jerusalén: hablo de la gran atalaya sobre la ciudad que es la Ciudadela, concretamente la azotea de la denominada Torre de Fassael.

Desde el Monte de los Olivos la vista es, desde luego espectacular y su contemplación resulta imprescindible, pero, a mi parecer, ofrece dos inconvenientes importantes: el primero es que como punto de observación está demasiado alejado del núcleo urbano: desde sus miradores se domina casi exclusivamente la parte oriental de la Ciudad Antigua, por lo que no resultará posible hacerse una idea de las zonas norte y occidental del perímetro amurallado. La segunda es de orden eminentemente práctico: dado que, por lógica natural, el tiempo de estancia de que dispondrá el viajero siempre será inferior al que precisaría para ver en condiciones lo mucho que la ciudad ofrece, la visita al Monte de los Olivos deberá ir asociada a los lugares de interés ubicados en sus inmediaciones para que el traslado resulte aprovechado. Realizar este itinerario la primera jornada, necesariamente a pie y que se lleva una mañana completa, supone postergar el conocimiento de la Ciudad Antigua, que es el núcleo fundamental que guarda los principales monumentos y en donde se desarrolla la desbordante actividad que bulle en sus estrechas calles, plazoletas y bazares, a los que conviene asomarse a primeras horas de la mañana, antes de que las oleadas de turistas lo invadan todo. De este modo, cuando posteriormente subamos al Monte de los Olivos seremos capaces de distinguir fácilmente los monumentos construidos a intramuros por la simple razón de que ya habremos visitado, con mayor o menor detenimiento, la mayor parte de ellos.

Nuestro deambular mañanero camino de la Ciudad Antigua, después de haber desayunado como Dios manda, fue una delicia gracias a la frescura del aire y porque la lenta aproximación a la Puerta de Jaffa discurre por la zona peatonal magníficamente urbanizada que bordea la muralla, entre restos arqueológicos y espacios ajardinados, por la que el denso tráfico rodado desaparece tragado por el túnel subterráneo construido en la Khativat Yerushalayim. El cielo rabiosamente azul cobalto destacaba contra la blancura rosácea de una ciudad que iba tomando cuerpo conforme avanzábamos. La luz en Jerusalén suele ser tan poderosa, incluso cuando las nubes pueblan el espacio, que casi siempre abre entre la tierra y el cielo encapotado alguna franja de claridad, dejando en el horizonte brochazos de luminosidad plateada.

Puerta de Jaffa



¡Jerusalén...! Cuando convocas su nombre en donde sea y ante quienes sean, observas que se produce un impacto que traspasa los siglos. Y esa es la impresión que siente el viajero cuando llega por fin a la Puerta de Jaffa, la más importante de todo el recinto amurallado, porque de ella partía la ruta que conducía al puerto de Jaffa, de donde toma su nombre. Fue construida, como todo el recinto amurallado, por Suleimán el Magnífico, el más grande de los sultanes otomanos, como consta en la hermosa inscripción dedicada a él y a sus obras, que adorna el tímpano existente entre el dintel y el el elegante arco ojival en el que se enmarca. La entrada, provista de una gran puerta de hierro, nos obliga a torcer hacia la izquierda en ángulo recto, recurso ideado por la estrategia militar anterior a la artillería para forzar a los carros enemigos y a su infantería a aminorar sus velocidad y favorecer las defensas desde la muralla. Cuando se traspone, descubrimos que en realidad se trata de una doble puerta, porque a su lado hay practicada una entrada para que los vehículos puedan atravesar, en sentido único, el casco antiguo por la única calle abierta a la circulación, y que conduce, cruzando longitudinalmente el barrio armenio, a la Puerta de Sión.


Suleimán el Magnífico

Detalle de la Puerta de Jaffa

Inscripción en honor de Suleimán el Magnífico

Cruzando la Puerta de Jaffa

Como detalle curioso cabe reseñar que esta entrada, una simple abertura en la muralla, fue abierta a toda prisa cuando el kaiser alemán Guillermo II anunció que durante su visita a Jerusalén, en octubre de 1898, pensaba hacer su pomposa entrada sin bajarse de su caballo blanco. Según convenciones muy antiguas, el que un soberano cruzara la puerta de una ciudad montado a caballo era considerado un acto de conquista: la Historia cuenta que el mismísimo Alejandro Magno se desmontó de su caballo Bucéfalo y, como muestra de respeto, entró en Atenas a pie, mientras sujetaba las bridas de la cabalgadura. Por consiguiente, y para evitar un conflicto diplomático internacional, el kaiser Guillermo fue conducido a la nueva entrada, adornada para la ocasión, que no era una puerta propiamente dicha.

Entrada en 1898 del káiser de Alemania, Guillermo II
 y de su esposa, Augusta Victoria 

Arco decorativo en la entrada abierta junto a la
Puerta de Jaffa para que pasara el káiser

Guillermo II durante su visita a la Explanada de las Mezquitas
situada en el Monte del Templo

Sin embargo, el general Edmund Allenby no fue tan pretencioso y a pesar de que pudo hacerlo cuando conquistó Jerusalén a los otomanos durante la I Guerra Mundial, entró a pie por la Puerta de Jaffa para presidir la ceremonia de rendición de la ciudad a las tropas británicas el 9 de diciembre de 1917 desde las gradas de la escalinata que sirve de acceso principal a la Ciudadela. Desde allí aseguró a los habitantes de la ciudad, a la que denominó "Jerusalén la Bendita", que protegería los santos lugares y preservaría la libertad de cultos de las tres religiones de Abrahán, en nombre del Gobierno de S.M. Británica.

Allenby traspasó inmediatamente el control de la ciudad al teniente coronel Ronald Storr, quien concedió la hegemonía del consejo municipal de seis miembros, dos por cada religión, a un alcalde árabe, asistido por un judío y un cristiano. Pero la decisión no satisfizo a los judíos, porque formaban algo más del 50 por ciento de la población. Tampoco agradó a los árabes ver el hebreo en los anuncios oficiales, en paridad con el inglés y el propio árabe, empezando una campaña de agitación que acusaba a los británicos de ser los nuevos cruzados, en esta ocasión con la complicidad de los judíos. Pese a la indudable voluntad de entendimiento que intentó demostrar con todos, Storr se vio pronto desbordado por la animosidad que ambas partes mantenían entre sí. Por eso escribió con británica ironía: "Dos horas de quejas de los árabes me llevan a la sinagoga, pero después de un curso intensivo de propaganda sionista estoy dispuesto nuevamente a abrazar el islam". El hecho fue que no contentó a nadie y en su búsqueda de la imposible equidistancia, anmistió a Haj Amin Al-Huseini, un radical que se oponía ferozmente tanto a la presencia británica en Palestina como a la de los judíos, quien no tardó en instigar los primeros ataques contra los inmigrantes judíos llegados a Palestina, con el resultado de decenas de muertos en las revueltas que se produjeron 1920, que volvieron a reproducirse con insólita violencia nueve años más tarde en toda la zona de ocupación británica, con el resultado de 133 judíos muertos y 339 heridos, mientras que la policía británica había dado muerte a 110 árabes y seis más habían muerto en un contrataque judío cerca de Tel Aviv. Toda esperanza de que se hiciera realidad la soñada colaboración entre árabes y judíos había saltado hecha añicos. Un nuevo período de fatídicas turbulencias se estaba abriendo paso en el incierto futuro de Jerusalén, siempre proclamada como Ciudad de la Paz, pero que los hechos no se cansaban de demostrar que en realidad era la Capital de la Discordia, tal como venía ocurriendo desde hacía más de dos mil años.
      

El General Allenby entra a Jerusalén por la Puerta de Jaffa después 
de la toma de la ciudad por las tropas británicas en octubre de 1917 

El General  Sir Edmund Allenby preside en la escalinata de la
Puerta de Jaffa la parada militar con ocasión de la toma de Jerusalén

El General Allenby pasa revista a sus tropas frente 
a la Torre Fassael de la Ciudadela
La Torre Fassael de la Ciudadela



Cuando el viajero accede a la plaza, llamada hoy Omar Ibn El-Katthab Square y que es más bien una explanada en forma de "L" alrededor del recinto fortificado, adquiere conciencia de la primera gran contradicción de Jerusalén: que es demasiado oriental para ser una ciudad occidental y que, al mismo tiempo, es demasiado occidental para ser oriental, así, las primeras referencias que encuentra tienen hondas referencias cristianas: las calles del Patriarcado Latino, que se abre inmediatamente a la izquierda, y la siguiente, Casa Nova, a cuya mediación se encuentra el Patriarcado Católico Griego en la esquina con St. George Street, que conduce directamente a la Iglesia del Santo Sepulcro.


Puesto de pan recién horneado y zumos en Omar Ibn El-Khattab Square

Clientes madrugadores

Inicio de la Calle del Patriarcado Latino

Calle del Patriarcado Latino







Un poco más adelante, frente a la entrda de la Ciudadela, se encuentran la Iglesia Maronita y el Complejo Anglicano, cuyo centro es la iglesia de Cristo, primer templo protestante construido gracias a una especial concesión de Muhammad Ali Pasha, un turco de Albania y comandante otomano que había combatido contra Napoleón en Egipto. Después de la marcha de los franceses, su ambición fue la de hacer de Egipto un Estado moderno, gobernado según parámetros occidentales en el que todos los ciudadanos fuesen iguales ante la ley, cualesquiera que fueran su raza o su religión, un concepto que carecía de precedentes en Palestina, en la que la adscripción religiosa era fundamental para determinar los derechos individuales y sociales desde hacia más de dos milenios.

Muhammad Ali Pasha

Muhammad Ali modernizó el ejército y en noviembre de 1831 tuvo fuerza para invadir Palestina y Siria, arrebatando estas provincias a los otomanos, en las que gobernó nueve años, que fueron decisivos para Jerusalén gracias a sus reformas, continuadas por su hijo Ibrahim Pasha, que permitió a los cristianos reparar sus edificios y construir nuevas iglesias, una oportunidad que aprovecharon inmediatamente los franciscanos. Su iglesia de la Flagelación fue uno de los principales edificios cristianos construidos en la Via Dolorosa, que pasó a ser progresivamente una nueva calle cristiana durante el siglo XIX.

De igual manera se comportó con los judíos, a los que también concedió permisos para reconstruir sinagogas y yeshivas o escuelas rabínicas, pese al enfrentamiento entre los diversos grupos religiosos judíos: los sefardíes se oponían a los ashkenazis, los hasidim contra los mitnaggedim y todos ellos contra los que se fueron convirtiendo al cristianismo, cuyos nuevos centros educativos construidos por los franciscanos y las diversas ramas protestantes, sobre todo inglesas, les proporcionaban de forma gratuita una educación similar a la de los países occidentales. Cuando las potencias europeas restituyeron a los otomanos en 1840 el control de Palestina, el sultán Mahmud II demostró un nuevo interés por Jerusalén y, persuadido de la atención occidental por la Ciudad Santa, durante un breve período dispuso que su gobierno dependiera directamente de Estambul, mientras que la población crecía y se configuraba de manera distinta: en 1840 había censados 10.750 habitantes en la ciudad, de los cuales 3.000 eran judíos y 3.350 cristianos, pero a principios del siglo XX el panorama ya era bien distinto: de los 55.000 habitantes que alcanzó, los judíos eran 35.000, mientras que musulmanes y cristianos se dividían, a partes iguales, los 20.000 restantes.

El sultán oromano Mahmud II

Mi intención para la primera jornada era recorrer el conjunto de la Ciudad Antigua sin detenernos demasiado en ninguna parte, a excepción de la Ciudadela, a fin de impregnarnos de los ambientes de sus diversos barrios y familiarizarnos con los ejes principales de aquel laberinto de callejas, que durante los días siguientes patearíamos a todas horas. El tiempo seguía jugando misteriosamente a nuestro favor: faltaba más de una hora para las 10:00, que es cuando se abre al público la Ciudadela, así que optamos por acercarnos a la iglesia del Santo Sepulcro, abierta desde las cinco de la mañana, recorriendo  la calle Kikar David (Al-Bazar para los musulmanes) para disfrutar de la apacibilidad del momento, antes de que con la apertura de tiendas y tenderetes despertase la febril actividad comercial y las angostas calles de nuestro breve recorrido se viesen abarrotadas por las mesnadas de turistas, sabiendo que la detenida visita al principal referente cristiano de Jerusalén la realizaríamos más adelante. Este plan dosificado también vendrá bien al lector curioso que se interese por la lectura de estas páginas, ya que le evitaré una indigestión descriptiva de los monumentos jerosolimitanos, a los que me iré refiriendo agrupados en unos cuantos itinerarios adecuadamente escogidos.

Kikar David Street a primeras horas de la mañana

Christian Quarter Road o Calle del Barrio Cristiano a primeras horas 
de la mañana

Kikar David (Al-Bazar para los musulmanes), a la altura de St Mark Street

Muristan Bazar, con la Iglesia Luterana del Redentor al fondo

Fuente otomana del Bazar Muristan 

Una zona donde se mezclan los comercios cristianos, árabes y judíos

Terrazas en Muristan, todavía vacías

Para el abastecimiento de los comercios se utilizan pintorescos vehículos
que producen momentáneos atascos en las estrechas calles..
.
... o, lo que es más frecuente, la tracción a fuerza de brazos

Comercios cristianos y árabes mezclados en las calles limítrofes de
 los barrios respectivos 

Avanzamos por Kikar David (Al Bazar) para torcer a la izquierda por la calle Muristam hasta la plazoleta con la airosa fuente que sirve de centro al gracioso bazar otomano rodeado de un peristilo columnado situado junto a la Iglesia Luterana del Rendentor, consagrada en 1898 durante la visita del kaiser Guillermo II, cuya más notable característica es la alta torre que se destaca en la proximidad del Santo Sepulcro, pero cuyo interior tuvimos ocasión de comprobar, cuando más adelante la visitamos, que era tan frío y carente de interés como el de casi todas las iglesias luteranas.

Y con estas, después de trasponer el estrecho cobertizo que enlaza con St. Helena Street, se abrió ante nuestra ávida mirada la amplia plazoleta que acoge la fachada principal, de traza indudablemente cruzada, de la Iglesia del Santo Sepulcro, que ante nuestro asombro, la mañana de aquel martes día 21 de mayo, aparecía tan tranquila como todo el trayecto que habíamos recorrido, así que nos sentamos un rato en el largo murete de mármol adosado a la fachada lateral de la plaza para dilatar aquel momento y tomar conciencia plena de dónde estábamos.

Los primeros peregrinos cruzan el arco de St. Helena Road para acceder 
al Santo Sepulcro

Fachada del Santo Sepulcro

Lateral derecho de la plaza del Santo Sepulcro

El autor junto a la fachada del Santo Sepulcro

Popes ortodoxos griegos conversan en la plaza del Santo Sepulcro

Fraile de la orden franciscana junto a la puerta del Santo Sepulcro

Losa de la Unción, junto a la puerta del Santo Sepulcro

En la parte superior de la foto puede verse la Capilla del Gólgota o Calvario

Lámparas votivas suspendidas sobre la Losa de la Unción

Rotonda donde se encuentra el edículo del Santo Sepulcro o Anástasis

Exterior de la Anástasis o Sepulcro de Jesucristo

Cúpula del Katolikón

La visita se prolongó más de lo que pensaba para aprovechar que los grupos de peregrinos aún no habían aparecido, así que recorrimos el templo en su totalidad, comenzando por la Capilla del Calvario, cuya escalera se inicia apenas se traspone la entrada, a la derecha de la Losa de la Unción. Observamos que todavía permanecía cerrado el templete de la Anástasis, situado sobre el sepulcro de Jesús, circunstancia que no nos preocupó, ya que de antemano había decidido que lo veríamos en nuestra próxima visita. Dados por satisfechos, regresamos a la Ciudadela por St. Helena Street, donde está el Patriarcado Griego Ortodoxo, y St George Street, a cuya derecha se encuentra el Patriarcado Griego Católico. Cuando accedimos nuevamente a Omar Ibn El-Katthab Square ya se veían abiertos la mayor parte de los comercios de la calle Kikar David y las primeras oleadas de turistas desfilaban en grupos compactos precedidos por los guías y sus características banderitas, algo que los viajeros auténticos somos incapaces de soportar.

Entrada a la Ciudadela en Omar Ibn El Khattab Square

Acceso sobre el foso que rodea la Ciudadela, antiguo puente levadizo

Foso y murallas

Parque arqueológico en el interior de la Ciudadela

Muralla occidental y zona arqueológica

Cúpula otomana con el minarete al fondo añadido en el siglo XVII

Como había previsto, también fuimos de los primeros en entrar a la Ciudadela, así que nos alegró comprobar que su visita discurriría al mismo ritmo tranquilo que veníamos disfrutando. A pesar de su nombre, la Ciudadela nada tiene que ver con el Rey David: hoy sabemos que fue edificada, sobre anteriores bastiones fortificados asmoneos, durante el reinado de Herodes el Grande, que también mandó construir un fastuoso palacio en sus inmediaciones, reforzando el complejo en el año 24 a.C. con tres torres colosales bautizadas con los nombres de uno de sus hijos, su mejor amigo y su esposa: Hippicos, Fassael y Mariamme. Cuando fue sofocada la Gran Rebelión Judía (66-74 d. C) por Vespasiano y, después de que fuese nombrado emperador, por su hijo Tito, las tropas romanas destruyeron lo que quedaba en pie de los edificios del Templo, donde la resistencia judía luchó hasta la aniquilación. No obstante, los romanos  mantuvieron las tres torres como cuartel de sus legiones, pasando al cabo de los siglos por usos sucesivos como alojamiento de monjes bizantinos, fortificación omeya, fortaleza cruzada, bastión mameluco y ciudadela otomana (cuyos sendos restos arqueológicos pueden verse en el interior del recinto) a la que el inevitable Suleimán el Magnífico remodeló para darle un aspecto muy parecido al actual, a excepción del minarete circular añadido en 1635.

Maqueta de la Ciudadela

Minarete otomano construido en 1635

La esbelta altura del minarete caracteriza el perfil de Jerusalén

Tronera defensiva en la muralla

Arco y murallas interiores

La Torre Fassael

Escultura en bronce de David con la cabeza de Goliat a sus pies



Bajorrelieve asirio alusivo a la Cautividad de Babilonia, en 
el Museo de la Ciudadela 

Nabudoconosor trinfante en su carro de guerra

Personajes de finales del periodo otomano en el Museo de Historia, 
ubicado en la Ciudadela

La figura del aguador

Torres, murallas y parque arqueológico

La imprescindible visita a la Ciudadela incluye la del Museo de la Historia de Jerusalén, espléndidamente instalado en sus torres siguiendo criterios didácticos que muestran los distintos periodos de la historia de la ciudad hasta el final del mandato británico en noviembre de 1947. Después de la reunificación de la ciudad en 1967 fue restaurada con mimo y abierta al público. Pero, sin duda, unos de los atractivos más interesantes de la visita es contemplar desde la azotea de la torre más alta, la de Fassael, el espléndido panorama de la Ciudad Antigua y la moderna Jerusalén, desde las dos inmediatas cúpulas del Santo Sepulcro, el monte del Templo con sus actuales construcciones musulmanas, las torres o cúpulas de iglesias, mezquitas y sinagogas, hasta las colinas que circundan el perímetro amurallado, entre las que destaca el Monte de los Olivos, pasando por el amplio cinturón de avenidas y autovías que comunican entre sí las distintas zonas de la ciudad moderna, resultando muy fácil distinguirlo todo gracias a los magníficos paneles de señalización colocados en las cuatro caras del excepcional observatorio, lo que confiere razón a mi elección ya mencionada de haber aconsejado al viajero que comience la visita a Jerusalén precisamente por la Ciudadela.

Cúpulas del Santo Sepulcro desde la Torre Fassael

Torre de la Iglesia Luterana del Redentor con el Monte de los Olivos al fondo

Pasillo almenado en la muralla oriental de la Ciudadela

Muralla occidental. Al fondo puede verse la torre de la Iglesia de la Dormición

Vista del Jerusalén moderno desde la Ciudadela

Banderas de Israel y de Jerusalén en la Torre Fassael

A partir de esta visión de conjunto y gracias a las referencias de los monumentos más sobresalientes de la Ciudad Antigua, cuya ubicación aproximada ya no nos será desconocida, estaremos en perfectas condiciones de encaminar nuestros pasos, con la eficaz ayuda del imprescindible plano de la ciudad, hacia los itinerarios que previamente hayamos decidido, pues, entre el compacto laberinto de cúpulas, terrazas, techumbres de todo tipo, cables, antenas parabólicas, aparatos de aire acondicionado, paneles solares y un largo etcétera, gracias a estos enclaves identificados podremos intuir por dónde transcurren los ejes viarios del perímetro amurallado, que sigue manteniendo en nuestros días la división romano-bizantina de cuatro barrios principales (cristiano, musulmán, judío y armenio), unidos por las mismas vías ahora existentes.



Las calles Kikar David y Ha-Shalshelet discurren de oeste a este, uniendo la Puerta de Jaffa con el Muro de las Lamentaciones y el Monte del Templo; las calles Bet Ha-Bad y sus prolongaciones, Ha-Yehuhim o Habad, conectan de norte a sur las Puertas de Damasco y Sión, existiendo un tercer eje,  la calle Ha-Gai (Al-Wad para los musulmanes), que une las Puerta de Damasco con la de las Basuras, situada frente al parque arqueológico de la Ciudad de David, fuera ya del perímetro amurallado.

Maqueta de la Ciudad Antigua en la época romano-bizantina, en la que se distinguen los actuales ejes que cruzan el perímetro amurallado

Después de haber comprobado estas valiosas, por útiles, correspondencias topográficas, todavía extasiados ante una panorámica que abarca los 360º del horizonte visible desde el privilegiado observatorio de la Torre Fassael y sin atrevernos a decidir el momento de abandonarlo, porque percibiremos estar viviendo un momento muy especial que será difícilmente repetible  ̶ nunca las cosas vuelven a verse como la vez primera ̶ . Entonces el viajero no podrá menos que acordarse del conocido texto que aparece en los Salmos:

Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
si de ti no me acordare;
si no enalteciere a Jerusalén
como preferente asunto de mi alegría

                               (Salmos 137:5-6)


Vista al Sur con la Iglesia de la Dormición al fondo, sobre el Monte Sión

Vista de la parte oriental, con el Monte del Templo en primer plano
y al fondo el Monte de los Olivos


Datos útiles para el viajero:
Horario para visitar la Ciudadela:
De domingo a jueves, de 10:00 a 16:00 y sábado de 10:00 a 14:00
Precio de la entrada: 30 shékels (6,38 euros)




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